No hay peor justificación para quien no quiere mejorar que la frase “Es que yo soy así”. Es una de las declaraciones más insensatas de la incapacidad personal para no evolucionar. Es el alarde soberbio de la nula predisposición para aprender.

Y no es teoría, que conste. En estos años, dedicado a ayudar a otros a que hagan presentaciones solventes, me he tropezado, de vez en cuando, con algunos perfiles lanza-excusas de esta categoría. Y es algo así como darte de frente con el muro infranqueable del conformismo. Cuando, después de muchos intentos de aplicación de técnicas y ejercicios, emana el yo-soy-así del géiser de la desidia, sabes que no hay nada más que puedas hacer. Y piensas: “pues tú mismo”. Y lo dejas estar.

A ver, seamos claros: no todo el mundo alcanzará las mismas cotas de excelencia en todo. Estoy seguro de que has leído u oído el aforismo -mal atribuido a Einstein- que dice que si juzgas a un pez por su habilidad para trepar a un árbol, vivirá toda su vida pensando que es estúpido. Y no puedo estar más de acuerdo con esta sentencia.

Pero tengo un pero (has leído bien, sí): no somos peces. Y presentar razonablemente bien (que ya es todo un hito, en este mar de exposiciones anodinas, qué caray) no es como subirse a un árbol desde el punto de vista de un pez.

He visto y disfrutado numerosos ejemplos de superación en esta habilidad. Personas tímidas o sin experiencia… o con experiencias nefastas a sus espaldas; gente con grandes inseguridades o con mucha vergüenza; gente con dificultades físicas; gente con un hilo de voz; muy altos, muy bajos, muy gordos, muy flacos, muy calvos o muy peludos. Y los he visto crecerse en el escenario, en la sala de juntas, en el aula.

¿Y cuál era su factor común?: Querer. Querer hacerlo bien y no ponerse a uno mismo como excusa.