Estás hasta las narices de las reuniones online. Y seguro que intuyes a qué se debe esa fatiga, porque a estas alturas debes llevar decenas -o cientos- de sesiones de todo tipo… ONLINE. Vas saltando de enlace en enlace, con puntualidad germánica (eso que hemos ganado, mira tú por dónde). Ya no sabes cómo ponerte en la silla. A veces hasta te ha faltado tiempo para ir al baño o comer algo (doy fe). Al final del día el cuerpo está entumecido, y tienes la sensación de que te brotan chispitas por los ojos. Manos a la cintura y a estirarte… que mañana, más.

 Nuestra intuición, aunque fina, no es suficiente para constatar empíricamente esta paliza y saber a qué se debe exactamente (porque parece que no hay razones físicas que para tanto agotamiento). Esa intuición no serviría para publicar en una revista científica las razones de por qué estás tan agotada. Así que un psicólogo de la universidad de Stanford se ha tomado la molestia de estudiar las causas de ese cansancio generado por las maratonianas videoconferencias. Es más, el profesor Jeremy Bailenson dirige un departamento de atractivo y esclarecedor nombre: Stanford Virtual Human Interaction Lab (VHIL). O sea, el Laboratorio de Interacción Virtual Humana. Ahí es nada.

La investigación del VHIL arroja cuatro motivos por los que las conexiones en remoto nos dejan hechos una piltrafa: 1. Exceso de contacto visual cercano; 2. Verte a ti mismo todo el rato; 3. Reducción de tu movilidad física; 4. Sobresaturación cognitiva. Y ahora te cuento una pincelada de cada uno y alguna recomendación para mitigarlos. Vamos para allá:

El primero: mucha cara grande demasiado rato en la pantalla, casi todas en primer plano o algunas, incluso, en primerísimo primer plano. Si esto ocurriera en un encuentro físico, sería el equivalente a lo que, en proxémica, se denomina la distancia íntima entre personas -menos de 45 cm-. La consecuencia es que esto hace que estés mirando a los ojos de un montón de gente durante mucho tiempo. Es más, en ese montón de gente, no solo tú miras, sino que nos estamos mirando los unos a los otros constantemente. Y esto es estresante.

 Remedio nº1: el bueno de Jeremy recomienda que reduzcamos el tamaño de la ventana de Zoom (o de la plataforma que estemos usando) para que las caras no sean tan grandes y que, además, te alejes de la pantalla algo más de lo habitual para simular una distancia interpersonal más soportable.

 Segundo: imagina que estás exponiendo algo en tu empresa (presencialmente) y que hay un espejo en la pared del fondo, donde te estás viendo constantemente. Pues esto, natural, no es. Eso es lo que pasa en una videoconferencia: que te estás viendo en un cuadradito maléfico tooodo el rato. Y esto te vuelve más crítico contigo mismo. Y es estresante.

 Remedio nº2, fácil: si la plataforma te lo permite, suprime tu imagen. Si no, suprime la tentación de mirarte. No es tan difícil, créeme. Hala, solucionado.

 Tercero: estás con tus posaderas en la silla durante horas. O incluso recostado en el sofá. O hasta en la cama (reconócelo). Da igual. La movilidad es un recurso que aumenta nuestras capacidades cognitivas y de pensamiento. Estar sentados, sin movernos, durante tanto tiempo no nos beneficia, sino que -muy al contrario- nos atrofia y nos obliga a esforzarnos más por seguir y asimilar los contenidos de la videoconferencia. Y esto, adivina, es agotador.

 Remedio nº3: muévete. Apaga la cámara durante la sesión, mantén el audio, levántate de la silla y pasea un poco -al menos uno o dos minutos- en la estancia donde te encuentres. Repítase la operación cada 15 o 20 minutos. Verás que te sienta como brisa fresca.

 Cuarto: saturación cognitiva. Esto significa que ya no te cabe más información. Que tienes la materia gris como una olla a presión. Llevas horas intentando mantener una atención extrema, mientras lees las innumerables diapositivas abigarradas de información, anclada a tu silla… En efecto,esto es estresante. Y, de nuevo, agotador.

 Remedio nº4: uy, a lo mejor esto no depende de ti. Depende de la sensibilidad de tu empresa, de la formación que os hayan dado para hacer estas cosas mejor, de la cultura que tengáis en tu centro de trabajo. Como máximo, una sesión online, no debería sobrepasar las dos horas de duración, con alguna pausa general -breve- en medio. No concatenar sesión tras sesión, sin un “break” de 20 a 30 minutos entre una y otra. Los que hagan la presentación deberían aprender a usar los apoyos visuales como su nombre indica (como apoyos) y no como sustitutos de la fuente de información.

 Corolario: esta intensificación del uso de las videoconferencias no debería conducir al abuso, sino a la racionalización justificada de su empleo. No son malas per se, en absoluto. Pero como cualquier exceso desmedido, pueden llegar a ser muy perjudiciales.

 Ergo, aprendamos a usarlas. Y enseñemos a nuestras empresas y a nuestro entorno a usarlas.